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España, desde hace unos años, es el país europeo donde se dedica más superficie total a obtener productos ecológicos y ocupa, a nivel mundial, la quinta posición, encabezada por Australia.
A finales de 2015 había casi dos millones de hectáreas certificadas en producción ecológica en todo el estado que, actualmente, ya se habrán sobrepasado, atendiendo a los imparables índices de crecimiento que se han producido año tras año.
De hecho, España ocupa la cuarta posición mundial en cuanto al crecimiento anual de superficie convertida en producción ecológica. Por detrás de España, a nivel europeo, encontramos Italia, Alemania y Francia, que justo pasan del millón de hectáreas cada uno y, a más distancia, el resto de países europeos.
Estos son los números absolutos, si los miramos de forma relativa la cosa cambia, ya que los países donde hay más porcentaje de producción ecológica respecto del total son otros, como por ejemplo Austria, con más del 20% del total de su superficie agrícola en producción ecológica, seguida por Suecia y Letonia, con más del 16%. En España, más del 7% de la superficie agrícola está en producción ecológica, lo que representa, para hacernos una idea aproximada, que toda la superficie agrícola de la Comunidad Valenciana fuera ecológica.
Los datos de producción, sin embargo, contrastan mucho con los datos de consumo de productos ecológicos, donde la situación es totalmente diferente. Mientras las producciones son bastante elevadas, el consumo todavía es muy bajo, con un gasto anual de poco más de 20 euros por persona, muy lejos de los más de 220 euros que se gastan los suizos, por ejemplo. Sin embargo, hay que decir que este consumo está creciendo con fuerza, aunque por detrás del crecimiento de las producciones.
Todos estos datos deben tomarse con cierta reserva, ya que la situación es muy dinámica y cambia constantemente. Así pues, si nos fijamos en la situación dentro de España, se pueden apreciar grandes diferencias entre diferentes zonas, no hay una situación homogénea. Podemos ver que la producción está concentrada sobre todo en el sur, con más de la mitad en Andalucía, seguida por Castilla La Mancha, mientras que las industrias transformadoras y comercializadoras se concentran sobre todo en Cataluña, con más de una cuarta parte del total. En cuanto al consumo a nivel estatal, más de una cuarta parte se produce en Cataluña, seguida por Madrid y Valencia.
Si nos alejamos un poco de los números y nos fijamos en su significado, podemos probar de interpretar las tendencias, que es lo más interesante. El primer rasgo que llama la atención es que se puede comprobar como las producciones y el consumo no siempre van de la mano, en realidad, más bien van por caminos diferentes. Así, en unas zonas se desarrollan con fuerza las producciones, a veces muy especializadas, mientras que en otras crece mucho la demanda y el consumo.
De forma general, se observa que en las zonas más ricas hay cada vez más consumo y una demanda más diversificada y amplia, que no se puede abastecer de las producciones propias, y cada vez más productos se traen de zonas productivas donde, a menudo , las condiciones económicas y sociales son bastante peores. Si esto lo referimos a los dos mercados de consumo más importantes a nivel mundial, los EEUU y Europa, que juntos significan aproximadamente el 90% de las ventas mundiales totales de alimentos ecológicos, se comprueba que una gran parte de las producciones mundiales son destinadas a la exportación hacia estos dos mercados.
Pero esta situación también se reproduce dentro de estas dos zonas. Dentro de la Unión Europea, hay países que son básicamente productores, como España, y destinan una gran parte de sus producciones a otros países donde la demanda es mucho más elevada, como Alemania y Dinamarca. Lo mismo ocurre en los EEUU, donde algunos estados concentran las producciones y otros el consumo. De hecho, este es el mismo esquema con el que funciona el sistema alimentario global a nivel mundial, los productos ecológicos no se alejan mucho de esta dinámica, sobre todo cuando el mercado de productos ecológicos se va desarrollando y cada vez más consumidores se interesan por este tipo de productos. Este sistema permite que estos consumidores puedan encontrar cada vez más productos y a un mejor precio, mientras que al mismo tiempo permite la supervivencia y continuidad a los productores de otras zonas más agrícolas y / o menos desarrolladas.
Hasta aquí, independientemente de si hablamos de productos ecológicos o no, todo parece obedecer las mismas leyes del mercado globalizado, sobre todo cuando se trata de mercados maduros, como es el caso de los países con más consumidores y más consumo de productos ecológicos. La pregunta que surge es si hay espacio para sistemas comerciales más ecológicos, o sólo se puede aspirar a producciones más ecológicas comercializadas de forma convencional.
Si la comercialización debe ser forzosamente convencional y globalizada, el impacto positivo de los productos ecológicos queda limitado al sistema de producción y la obtención de productos más seguros para el consumidor, que evidentemente no son ventajas despreciables. Si a estos efectos positivos sumamos otras ventajas relacionadas con el modelo comercial, tales como potenciar el consumo de productos ecológicos de origen más local y comercializados en cadenas cortas, entonces se puede conseguir una mejor soberanía alimentaria y potenciar un desarrollo rural mucho más equilibrado. Y para conseguir este tipo de distribución se necesitan consumidores conscientes, informados y críticos, que sepan elegir, con su opción de compra, lo que realmente nos conviene.